Años estudiando códigos y manuales para después representar los intereses legales de los clientes, lo más fielmente que se pueda dentro de los límites de la ley. Así es una de las profesiones liberales con más años de recorrido, la de la abogacía. Tantos, que se considera a Pericles, nacido en el año 495 a.C. al norte de Atenas, como el primer abogado profesional de la Historia. Más de dos milenios y medio de profesionalización constante que aborda en estos tiempos, como tantas profesiones, el inmenso reto de afrontar los cambios que vienen de la mano de la transformación digital y la innovación tecnológica.

Fruto de esos retos ha visto la luz en fechas recientes un informe elaborado por BRAINTRUST, encargado por el Consejo General de la Abogacía de España (CGAE), y publicado por Wolters Kluwer, bajo el título «Abogacía futura 2020. Áreas de negocio emergentes». Un estudio que aporta valor de cara a las evoluciones que debe registrar esta profesión. En una entrevista con el Diario La Ley, el socio de la consultora José Luis Ruiz ha desgranado alguno de los puntos de este informe, que reseñamos también en este blog.

¿Qué impacto cabe esperar a los abogados con la ola de cambios tecnológicos que cabalgan a lomos de la transformación digital? De forma habitual se considera que estos cambios constituyen una gran amenaza para muchos profesionales que pueden verse desplazados por la inteligencia artificial y otros avances de la era digital. Sin embargo, en opinión de Ruiz esto no tiene por qué ser así en el caso de la abogacía: «La mayoría de las aplicaciones de las nuevas tecnologías fundamentalmente constituyen, más que una amenaza, una oportunidad para la profesión», afirma.

Claro que existen amenazas, pero se refieren fundamentalmente a la sociedad y a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Algo que «en el fondo, es una oportunidad para los abogados, que van a tener que estar ahí, protegiendo los derechos de las personas y de la sociedad». No obstante, el estudio de las referencias y la creación de jurisprudencia sí serán áreas que se verán profundamente impactadas ya que «en muy poco tiempo ese trabajo lo van a hacer herramientas que los abogados solo van a tener que supervisar». Algo que sí debe ser tenido en cuenta por los despachos especializados en estas tareas, para empezar ya un proceso de traslación de sus profesionales hacia otras actividades en las que no se vean desplazados.

En cuanto a las nuevas oportunidades para la profesión, el socio de BRAINTRUST cita un caso que es un claro ejemplo: Cambridge Analytica. Un asunto que extiende a las entidades con capacidad tecnológica para «construir» y «perfilar» los gustos de sus usuarios hasta el punto de poder «modificar la opinión». Son posibles escenarios de «malos usos» que se deben seguir de cerca y donde los abogados del futuro (si no del presente) están llamados a ser protagonistas.

En su opinión son campos sobre los que se debe legislar, «sin poner puertas al campo pero manteniéndonos vigilantes en materia de respeto de los derechos fundamentales», al igual que debe hacerse en «temas como el de la accesibilidad a aspectos como los tratamientos médicos de vanguardia», pues en la actualidad existen muchos tratamientos que ya existen pero que no están accesibles a la mayoría del público. «Dicho de otra forma -remacha-, hay gente que se está muriendo porque no tiene acceso a un tratamiento que ya existe. Es un tema grave que incide en una de las funciones institucionales de la abogacía».

Además de estos cambios que podemos definir «de actualidad», existe toda una oleada que se ha considerado de cara a la evolución del estudio, si bien por el momento se han dejado fuera dado que su incidencia todavía se puede considerar «mínima», o en un estadio de inmadurez. Es el caso del 5G o el Internet de las Cosas (IoT), que afectan directamente a una «difusión realmente apropiada de datos», que va a ser ultrabarata y va a permitir que, por ejemplo, nuestra propia ropa genere datos. ¿Dónde está ahí la oportunidad profesional para la abogacía? Pues en hechos incontestables como el hecho de que es una batalla que hoy por hoy está ganando China. Una batalla comercial, pero también de seguridad nacional.

Ruiz también recalca que la transformación digital no es un problema exclusivo de la abogacía: «Aplicar la innovación de forma práctica requiere un proceso de transformación, del negocio y de la persona, de cambiar lo que llaman los anglosajones el “mindset”; de hecho, eso es una de las grandes actividades en las que ahora mismo se están involucrando todas las grandes empresas y tendrá que llegar a las pequeñas». Ese cambio de mentalidad viene dado por las metodologías ágiles y tiene su repercusión incluso en la forma de organizar los despachos.

La propia realización del informe ha sido en sí misma todo un reto, ya que se trata de un tema «muy amplio y muy complejo». La metodología se inició con cuatro investigadores que reunieron referencias procedentes de los observatorios de innovación de BRAINTRUST en diferentes países y sectores. De su análisis, cribado y orden fue surgiendo el trabajo en detalle para identificar los aterrizajes concretos de cada tecnología, incluyendo algunas aún muy «verdes» como la computación cuántica. Toda esa investigación se fue coordinando con el CGAE en reuniones que permitieron alumbrar, entre otras medidas, una metodología de fichas e indicadores que «además de ser muy visual permite organizar el recorrido».

Ese complejo proceso permitió identificar «el tipo de impacto que las diferentes tecnologías van a tener en el sector de la abogacía». Para ello fue vital ser «conscientes de que casi cualquier campo que tenga impacto en la sociedad, automáticamente tiene una repercusión en la abogacía, porque la abogacía es una representación de la sociedad en cuanto a que la defiende y protege sus derechos». Ruiz alaba en ese sentido la labor constante de los miembros del CGAE que han impulsado la iniciativa, y especialmente al decano del Ilustre Colegio de Abogados de Salamanca, Eduardo Íscar.

El impacto es muy profundo, porque el big data y su conexión con el aprendizaje de máquinas y la inteligencia artificial va a cambiar por completo la forma en que vivimos. Para entenderlo, Ruiz menciona el caso del vehículo autónomo, que lleva a planteamientos que hasta ahora nos habrían parecido fuera de guión. Por ejemplo, ¿puede ocurrir que en unos años esté prohibido conducir a no ser que se cuente con una «póliza especial» de conducción manual? Aplíquese esto al resto de los campos y se verá que el universo de cambios es prácticamente inabarcable.

Y para defendernos de los malos usos y los abusos, entre otras casi infinitas posibilidades de negocio, se necesitará siempre a un profesional capaz de representar los intereses legales. Trabajo, desde luego, hay para rato.

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