Según la OMT, en 2018 se registraron 1.400M de viajes de turistas internacionales en todo el planeta. Esta cifra no solo refleja un crecimiento de más del 5% respecto a 2017, sino que supera ampliamente las previsiones que la propia OMT planteó hace unos años.
Esta tendencia además está lejos de revertirse, más bien todo lo contrario, ya que en 2019 se espera un crecimiento aproximado del 4%. A este ritmo, las perspectivas de la OMT para 2030 (conseguir los 1.800M de turistas) se alcanzarán mucho antes de lo previsto.
La realidad es que, hoy, el turismo significa un 10,4% del PIB mundial y un 10% del empleo total en el mundo, cifras nada desdeñables que merecen la atención de los responsables del sector a nivel mundial.
Algo similar ocurre en España, donde el turismo es un importante motor económico (incluso voces autorizadas anuncian que el objetivo podría ser que sea un 15% del PIB), con un modelo de éxito hasta el momento, pero que indudablemente tendrá seguir evolucionando con el apoyo de todos los estamentos involucrados.
Este contexto de cifras continuamente al alza lleva aparejado consecuencias positivas como el crecimiento económico, la creación de empleo, la revitalización de regiones o la mejora de las infraestructuras. Sin embargo, también podemos hablar de masificación o crecimiento desmesurado que puede desembocar en una oferta turística de baja calidad, con falta de coordinación y medios para atender el «boom» turístico, mal aprovechamiento del patrimonio o incluso problemas de convivencia con la población local.
No todo es blanco o negro. Los datos señalan al turismo como un pilar fundamental, presente y futuro, como motor de desarrollo económico, social y medioambiental a nivel mundial. El potencial es innegable, por lo que el factor determinante a la hora de que un país, región, ciudad o empresa turística sepa adaptarse a este nuevo escenario y enfocar su estrategia en la dirección correcta es definitivamente la gestión.
Por no ser tan genéricos, nos referiremos a esta gestión con un concepto que ha cobrado mucha relevancia últimamente: el turismo sostenible.
Estaremos de acuerdo en que no hace falta citar demasiados ejemplos de turismo no sostenible. Todos recordamos imágenes de una Venecia asolada por hordas de turistas, playas del sudeste asiático, hasta hace poco paradisíacas, en las que el turismo se ha multiplicado con un impacto medioambiental absolutamente catastrófico, largas colas de turistas subiendo al Everest, destrozado por la invasión de los viajeros, o problemas de especulación urbanística que generan subidas de precio desmesuradas, con el correspondiente impacto en los residentes en la zona.
El turismo sostenible no pretende parar el crecimiento turístico (cosa por otro lado casi imposible), sino que propone un modelo diferente: un cambio de mentalidad de la industria y de todos los actores del sector, incluido el propio turista, que permita gestionar los flujos turísticos de manera eficiente y responsable.
En resumen, la actividad turística debe ser un win-win para todos los involucrados, pero sobre todo debe preservar lo más importante, el propio recurso turístico. Si no se cuida y se mantiene la autenticidad del motivo por el que los viajeros visitan un lugar, a la larga ese modelo está abocado al fracaso.
A corto plazo es posible que se generen grandes ingresos, pero con el tiempo solo quedará un ecosistema degradado, un entorno o un patrimonio dañado y un impacto social efímero que puede incluso dar lugar a más problemas y desigualdades que antes.
Los beneficios de un modelo turístico sostenible deben ser definidos, implantados, monitorizados y medidos en cuatro ámbitos: medioambiental, patrimonial, económico y social.
1. A nivel medioambiental, las prácticas principales a llevar a cabo para lograr un buen equilibrio con el turismo podrían ser:
Prácticas turísticas con impacto ambiental cero (o mínimo): vehículos eléctricos o cualquier transporte sostenible, reducción del uso de plásticos, generación de energía limpia, utilización de materias primas kilómetro cero.Consumo responsable y concienciación sobre que los recursos son limitados y que cuidarlos hará que el turismo se mantenga más tiempo y en mejores condiciones.
Se trata de hacer ver a todos los implicados que el turismo debe adaptarse al entorno existente para poder preservarlo y no al contrario.
2. En cuanto al patrimonio, el turismo sostenible debe estar enfocado en:
Preservar el patrimonio material: monumentos, museos o cualquier otro elemento físico de interés cultural.Preservar el patrimonio inmaterial: tradiciones o fiestas regionales, gastronomía típica y forma de vida de la gente del lugar.
La idea es integrar al turista en el destino y que a su vez se sienta integrado (con todo el potencial que además esto tiene a nivel de negocio) y no se convierta en un «elemento extraño», ajeno al lugar que visita.
3. Respecto a los beneficios económicos del turismo sostenible, podrían resumirse en que éste debe ser un motor de desarrollo a todos los niveles: para la población local, para las empresas turísticas y para las entidades públicas, que además juegan un papel fundamental en el proceso de gestión y control de la actividad turística.
4. Por último, en el plano social el turismo sostenible debe centrarse en:
Revertir parte de los beneficios que genera la actividad turística en la sociedad (más empleos y de mayor calidad, mejora de las infraestructuras, etc…).Revitalización de regiones a través del turismo.Cuidar la relación turista-residente (recordemos el win-win).
La pregunta es, ¿es posible un modelo turístico que reúna todas estas características y siga siendo rentable, exitoso y atractivo para todos? La respuesta es claramente sí. Un modelo sostenible es perfectamente capaz de seguir atrayendo turistas y proporcionarles experiencias únicas e inspiradoras.
Además, la demanda turística evoluciona a nuevos gustos y expectativas, y cada vez más viajeros toman conciencia de que otro tipo de turismo es posible y más empresas ven en este modelo de negocio no solo una forma de preservar el futuro del turismo, sino una manera de diferenciarse.
Se puede mirar hacia otro lado o pensar que todo quedará en buenas intenciones, pero en el futuro el turismo será sostenible o no será.